Wuhan, el foco original de
la pandemia de Covid-19 en China, tiene ocho tanatorios. Sus trabajadores
han incinerado los cuerpos de los 2.553 fallecidos oficialmente en la ciudad
por coronavirus, y estos días se encargan de entregar las cenizas a los
familiares. Un trabajo bajo un intenso escrutinio, después de que un informe de
la CIA haya afirmado que las cifras oficiales de víctimas en China están muy
por debajo de la realidad, y de que informaciones de la prensa local hayan
denunciado que las entregas de urnas funerarias apuntan a un número mayor de
muertos en esta ciudad de lo que Pekín admite.
El escrutinio es
aún mayor en cuanto que el sábado llegará Qingming, el Día de Difuntos chino,
en el que es tradicional barrer las tumbas y rendir homenaje a los antepasados.
La costumbre es quemar dinero para consumir en el Más Allá o dejar en la tumba
cosas que gustaban a los fallecidos, desde fruta a cigarrillos y alcohol. Pero
este año, Wuhan tiene vetado hacerlo. La campaña de Prevención y Control de la
Pandemia de Coronavirus ha prohibido los funerales para evitar aglomeraciones.
En el foco original de la enfermedad, ese veto hace difícil
contabilizar cuántos muertos se han procesado en sus diez semanas de
cuarentena.
El tanatorio
Jardín de la Tranquilidad es el mayor de todo Wuhan, una ciudad de 11
millones de habitantes en la ribera del Yangtze, el río más caudaloso de
China. En el barrio de Huangpi, en el extrarradio, está rodeado de edificios
por construir y solares por adjudicar. A la entrada, una banderola roja
recomienda “entierros ecológicos”, beneficiosos con el medio ambiente, y no
ensuciar la carretera con las cenizas de la quema de billetes de papel.
Aquí vigilan la
entrada tres guardias, que tras constatar que llega prensa extranjera se
convierten en nueve. Entre ellos, dos portavoces que se identifican como
personal del Departamento de Propaganda local, que indican que “no es
conveniente” aportar información de ningún tipo sobre los preparativos para el
Día de Difuntos; o cuántas incineraciones han ocurrido últimamente; o qué
recomendaciones se dan a los familiares de los fallecidos. Sí acceden a tomar
una lista de preguntas para los responsables del tanatorio y responder más
tarde. En otros tanatorios, la respuesta de otros funcionarios que también se
identifican como del Departamento de Propaganda, será similar: no es
conveniente responder.
En el cementerio
de Biandanshan, el mayor de la ciudad, la respuesta es similar. El recinto, un
apacible jardín en torno a una colina boscosa, está cerrado al público. El
motivo, nuevamente, evitar aglomeraciones de acuerdo a la campaña de prevención
y control de la epidemia. Vigilan la entrada dos vehículos de policía, varios
hombres vestidos con traje protector y varias filas de barreras amarillas, las
mismas que -ubicuas por todo Wuhan durante la cuarentena impuesta desde el 23
de enero y a punto de finalizar- separan los barrios y controlan el flujo de
peatones.
“Solo está
permitido el acceso a quienes quieran comprar tierra, a quienes quieran
enterrar las cenizas de un difunto o a quienes quieran dejar en depósito esas
cenizas”, se lee en un cartel, que repite casi palabra por palabra un
responsable que no se identifica. Quienes quieran celebrar Qingming pueden
hacerlo, sostienen las autoridades, de manera virtual en alguna de las muchas
aplicaciones creadas expresamente para ello.
La susceptibilidad
en torno al festejo es máxima. Un artículo de la prestigiosa revista Caixin la
semana pasada ponía en duda el número oficial de fallecidos por el coronavirus
en esa ciudad. Después de que, amainado ya el temporal de contagios y
fallecimientos, la ciudad comenzara finalmente a incinerar los cuerpos y
entregar las cenizas a los allegados (la cremación es obligatoria en China), esta
revista encontró que solo en el Jardín de la Tranquilidad se entregaban al
menos 2.500 urnas; otra imagen muestra 3.500 urnas, aunque no está claro
cuántas están llenas. En total, un número muy superior al oficial.
En Wuhan, muchos
son escépticos sobre las cifras oficiales, que indican que, además de las
víctimas en la ciudad, en total han muerto en China más de 3.200 personas y se
han infectado en torno a 82.000. Recuerdan la confusión de los primeros
momentos, la mala gestión de las autoridades locales, lo desbordado de los
hospitales en las primeras semanas y los diversos cambios de criterio en la
contabilidad: solo se han empezado a registrar los casos asintomáticos desde
este miércoles, entre otras cosas.
“Nadie se cree las
cifras oficiales. Están intentando ocultar los errores de los primeros
momentos”, cuenta Jiefu, un joven de 23 años que pasea con su novia por la
calle Han, un centro comercial para las clases medias y altas inspirado en los
edificios de una calle europea. Recién reabierto, se ha convertido de inmediato
en el destino de muchos jóvenes que quieren recuperar ya su vida de antaño,
ahora que Wuhan va a levantar por fin su bloqueo el día 8 tras dos semanas sin
apenas nuevos casos.
Como Jiefu y su
novia, otro joven, Harvey, de 20 años y que mira escaparates con un amigo,
también cree categóricamente que las cifras que ha aportado la Comisión
Nacional de Salud están muy por debajo de las reales. “Ha muerto mucha más
gente, seguro”, apunta. El coronavirus pasó por su casa, lo que le da cierta
autoridad para opinar: su abuela resultó contagiada. “Fue un caso leve y se ha
recuperado, pero después, una vez dada de alta, ha tenido que pasar una
cuarentena. Mañana, precisamente, iremos a buscarla”, apunta.
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