miércoles, 29 de julio de 2009

SEGURIDAD-DEFENSA Y LA PROTECCIÓN DEL MEDIO AMBIENTE

El deterioro ambiental puede convertirse en una amenaza contra los objetivos nacionales y regionales, constituyendo una típica «presión», de origen interno o externo. Cobra así una nueva dimensión el concepto de seguridad, que se ocupa tradicionalmente sólo de amenazas que surgen de presiones económicas, políticas, psicosociales o militares. La destrucción de la Amazonía se ha convertido en una tensión ambiental internacional, originando la imposición de condicionamientos ambientalistas para préstamos al Brasil en los más altos niveles de la banca mundial. Sin embargo, no se ha extendido una conciencia ambiental entre los latinoamericanos, mientras las grandes potencias industriales siguen «eligiéndonos» como botadero de desperdicios tóxicos, eventualmente nucleares. Los objetivos de la seguridad ambiental deben ser preventivos, pues la coacción a posteriori, difícilmente podrá reparar los daños producidos...

La seguridad es una necesidad de la persona y de los grupos humanos, y un derecho del hombre y de las naciones. La seguridad es un estado, una situación, una noción de garantía, protección o tranquilidad frente a las amenazas o acciones adversas a la propia persona, las instituciones o bienes esenciales, existentes o pretendidos. La seguridad, como el grado de garantía a ser proporcionada, resulta un elemento indispensable para alcanzar el bien común, un conjunto de condiciones capaces de ofrecer a todos una vida digna.

Los problemas que interesan a la seguridad nacional están referidos a los antagonismos o presiones que verdaderamente dificultan o impiden la obtención y mantenimiento de los objetivos nacionales. En los últimos años, en foros internacionales y nacionales, artículos y conferencias, hemos venido argumentando en favor de la difusión de un nuevo concepto de seguridad regional, más allá del uso tradicional al que hemos estado acostumbrados. Un concepto sudamericano propio, que permita hacer frente a las «nuevas amenazas» que han surgido en la región, haciendo énfasis en que los problemas de seguridad en esta parte del mundo están cada vez más vinculados a los aspectos políticos, económicos, psicosociales y ecológicos que a los militares. Una de las «nuevas amenazas» que enfrenta la región son los peligros originados en los desequilibrios ecológicos y el deterioro ambiental.

CONTINUAREMOS DESAROOLLANDO ESTE TEMA QUE ES MUY AMPLIO Y NUEVO

domingo, 26 de julio de 2009

SEGUIMOS PROFESANDO LA RELIGIÓN DEL DESPILFARRO"


Acuse.
Seguimos profesando la religión del despilfarro.
Argumente.
Compramos bienes que han sido fabricados para durar pocos años, cuando podrían fabricarse para funcionar durante muchísimos años más.
¿Qué productos?
Coches, electrodomésticos... Los hacen para que fallen a los pocos años, calculan su obsolescencia. Pero nos incitan a quererlos ¡y los queremos sin cuestionarnos nada! Y la industria nos inunda de modas pasajeras, productos nuevos sustitutos de otros...
Los necesitamos.
Las necesidades las determina tu red social: lo que hoy consideramos imprescindible ¡no lo necesitábamos años atrás!
¿Se refiere a mi celular?
Y computadora, televisor, microondas, lavadora, aspiradora... ¡tantos objetos sin los que habíamos vivido siempre!
¿Dónde trazo la frontera entre necesario y superfluo?
Las únicas necesidades básicas universales son comer, beber y dormir, además del afecto y el reconocimiento.
¿Me propone volver a las cavernas?
No, pero sí que seamos conscientes del abusivo consumo energético actual. ¿Es sostenible en el tiempo?
¿Lo es?
Lo sería si aprovechásemos la energía con más eficiencia, y si obtuviésemos energía de otras fuentes. De lo contrario...
¿Qué?
Hoy extraemos el 80% de nuestra energía de los combustibles fósiles - petróleo, carbón, gas-¡a sabiendas de que tienen fecha de caducidad!
¿Cuándo se nos acabarán?
Declinarán irreversiblemente dentro de unos 20 años, según la mayoría de cálculos.
Y luego, ¿qué?
Perderemos nuestro actual confort, a menos que empecemos a actuar ahora mismo.
¿En qué sentido?
Invirtiendo dinero en energías renovables: eólica, solar fotovoltaica, solar térmica...
Y nuclear?
¡No! Es una herencia ruinosa para nuestros hijos y nietos: cada euro, dólar, yen, libra, nuevo sol invertido hoy en energía eólica produce lo mismo - y sin residuos ni riesgos, e indefinidamente- que cada euro, dólar, yen, libra, nuevo sol invertido en energía nuclear.
Pero los molinos eólicos devoran mucho espacio natural, bellos paisajes...
Es su única desventaja, pero si queremos mantener nuestro confort...
¿Y si sigue creciendo la población, qué?
Es un problema. Habrá que generar más energía… o consumir un poquito menos cada uno. Los recursos del planeta están al límite: lo sensato, pues, es ser más austeros.
¿Cómo hacemos eso en la práctica?
¡Hay todavía muchas medidas que adoptar para sacarle más partido a la energía!
Dígame y voy tomando nota.
Fabricar un tipo universal de cargador de celulares. Imponer un mejor aislamiento térmico de nuestras viviendas (¡ahorraremos millones en calefacción!). Fabricar sin obsolescencia. Reciclar metales en la industria metalúrgica. Reutilizar botellas de vidrio. Depurar aguas. Calentar el agua con energía solar. Prohibir los focos incandescentes, sustituyéndola por los focos ahorradores (da la misma luz consumiendo cinco veces menos)... ¡Preservemos nuestro confort, pero con menos consumo de recursos!
¿Alguna otra idea ahorradora?
Fomentar el transporte público y también un eficaz sistema de alquiler de vehículos.
¿Algo así como un bicing de autos?
Sí. Haga números: ¡tener un auto en propiedad es un despilfarro! Dos, no le cuento.
¿Desde cuándo nos atrapa la tentación del despilfarro?
Está en la naturaleza humana, pero la agrava el mimetismo social: lo que desde siempre hacían unas minorías dominantes (para distinguirse) ¡acabaron haciéndolo las masas en la segunda mitad del siglo XX!
Y se disparó el consumo de recursos.
En los últimos 200 años, la población mundial se ha multiplicado por siete, ¡y la producción de bienes se ha multiplicado por sesenta! Por eso debemos cambiar la economía cowboy por la economía nave Tierra.
¿Qué dos economías son esas?
La primera consiste en ocupar nuevas tierras a caballo, dejando atrás las que agotaste. La segunda, vivir como los astronautas en vuelo espacial: ¡reciclan incluso la orina, y con poco agua subsisten sin problemas!
Veo muy difícil cambiar de paradigma...
Tiene usted razón: somos cortoplacistas y sólo reaccionaremos a las malas, a la fuerza, ¡cuándo ya no nos quede más remedio!
Y lo que ahora más preocupa, a corto plazo, es el paro.
Que es consecuencia de tantos excesos acumulados por este sistema de crecimiento desmedido, expansivo. Un sistema económico basado en la avidez de ganancias más que en el bienestar de las personas. Y aquí me gustaría decirles algo a los sindicatos..
Dígalo.
Más que el consumo privado, ¡defended el Estado del bienestar! Es nuestra garantía de futuro. O nos quedaremos a la intemperie. Propongo un socialismo de mercado: ¡sin regulación no hay libertad viable!
¿Algo más, para completar su modelo?
Menos consumo y más inversiones en energías renovables. ¿Y por qué un banco tiene que ser un negocio? Es posible nacionalizar la banca?
Mejor con menos

sábado, 11 de julio de 2009

EL CAMBIO CLIMÁTICO REFLEXIONES DESDE NUESTRO PLANETA


En un inicio es conveniente recordar la afirmación del Padre Manuel Carreira, insigne astrofísico jesuita: “Ni es todo provisional y discutible, ni es tampoco completa nuestra ciencia en campo alguno. Y es enormemente importante establecer con claridad lo que se puede reconocer como cierto y distinguir de las frecuentes estridencias de los titulares…”.
Ante todo hablar de cambio climático significa precisar las escalas temporales y espaciales. En sí es un fenómeno dinámico caracterizado por olas de enfriamiento y olas de calentamiento cuya contemporaneidad es la de la Tierra. Los episodios creados son estudiados por numerosos investigadores. Es así que Flannery2 los considera como ‘las puertas’ del tiempo, “momentos en que una era –y a menudo un clima– da paso a la siguiente”. El conjunto de estas informaciones ha sido revisado por numerosos científicos (Berger, 1992; Mitchell, 1976; Rasmusson, 1990; Gates, 1981; y otros) y provienen de diferentes fuentes:
• Los datos meteorológicos y oceanográficos que cubren menos de dos siglos.
• Los archivos históricos que cubren los últimos milenios (Le Roy Ladurie, 1983).
• Los archivos naturales que nos ofrecen la memoria milenaria de los glaciares, de las rocas sedimentarias, de los sedimentos oceanográficos, lacustres y fluviales, de las lavas, de los anillos de los árboles (dendroclimatología) y de los pólenes, de los arrecifes coralíferos y de los fósiles.
Esta información nos permite diferenciar:
a) Las variaciones naturales del clima, cuya escala temporal abarca siglos y milenios y cuyos elementos desencadenadores se originan en los espacios cósmico y planetario (el ciclo solar y las manchas solares, el modelo de Milankovitch, la relación entre las variaciones de radiación solar entrante y los ciclos de periodo glaciar; la deriva continental, los campos magnéticos y oscilaciones polares, las erupciones volcánicas, las corrientes atmosféricas y oceánicas…).
b) Las variaciones del clima inducidas por las actividades humanas, que se expresan a escala local, regional y mundial (lluvias ácidas, emisiones de gases de efecto invernadero generados por los parques automotores, la industrialización y la deforestación, degradación de la capacidad que tienen los ecosistemas para prestar sus servicios, en particular los servicios de base y efectos directos sobre la calidad de vida de las poblaciones3.
Estas dos dinámicas se conjugan entre ellas y crean un escenario complejo, difícil de descodificar, lo que suscita a menudo una cierta confusión. Ante las variaciones naturales del clima debe reconocerse que queda mucho por hacer, y a pesar de los avances actuales de la ciencia, existe una escasa producción de conocimientos, fruto de una financiación insuficiente para la investigación de base. Asimismo, no se precisa claramente que las variaciones naturales del clima impactan en las sociedades y que estas no tienen ninguna responsabilidad en ellas. En nuestra historia cercana es de gran interés observar cómo las sociedades supieron valorar o sufrir los periodos de calentamiento y de enfriamiento.

En la Edad Media, en el llamado Período Cálido Medieval (700 a 1300), el cultivo de los frutales mediterráneos y de la vid, aprovechando las bondades del clima, llegaban hasta la Inglaterra meridional. Sin embargo, después de décadas de decrecimiento de las temperaturas, se entró hacia el año 1350 en la llamada Pequeña Edad de Hielo. Esto significó cambios socioeconómicos importantes, adaptaciones de las poblaciones rurales e introducción de nuevos cultivos. También la adaptación de las poblaciones urbanas al frío creciente (los incendios provocados por la calefacción mediante quema de carbón, obligó al Rey Eduardo I de Inglaterra a prohibir por decreto, en 1273, esta práctica en la ciudad de Londres; se amenazó con ahorcar al que violara esta norma).
El escenario es muy distinto en el caso de las variaciones del clima inducidas por las actividades humanas, consecuencia directa de nuestras decisiones. Debemos conocer ante todo los procesos que generan, cómo se desencadenan y sus implicancias a nivel de nuestro macroecosistema “Tierra”. Solamente así podremos revertirlas a nivel local (desde el hogar, la comunidad, el barrio, el campo, el bosque, el glaciar, la cocha, el río, el mar), a nivel regional y mundial.
Junto con la desinformación que facilita la confusión entre escalas espaciales y temporales, la falta de clarificación conceptual y el mal uso del lenguaje a nivel mediático favorecen la generación de mitos y temores. Es así que podemos leer o escuchar afirmaciones como “el clima nos amenaza”, “el cambio climático amenaza la seguridad internacional” o “el calentamiento global está secando lagos montañosos y tierras húmedas y amenaza a grandes ciudades de América del Sur”. Si observamos los procesos locales de cambio climático, una parte importante de ellos son generados por la deforestación, la cual genera una pérdida de biodiversidad y una disminución importante de los manantiales. A su vez, esos procesos significan impactos severos en el ciclo hidrológico (menos evaporación y evapotranspiración, más torrencialidad, menos infiltración), lo que se traduce en deslizamientos, aluviones e inundaciones.
Los impactos devastadores del cultivo masivo de la coca y de la minería informal perturban fuertemente el ciclo hidrológico, desertifican y acentúan los cambios climáticos locales. La ciudad –gran dependiente de su soporte ecológico– es la que perturba más severamente los ecosistemas de los cuales vive. A partir de las emisiones de su parque automotor y de sus industrias, de la pérdida de las áreas verdes y el continuo sembrío de asfalto y de materiales de construcción donde predominan el concreto, el vidrio y el metal, la ciudad favorece un cambio climático local entre su centro y el hinterland rural que puede alcanzar varios grados Celsius.
Nuestro país está sembrado de experiencias positivas en las que comunidades campesinas y una ciudadanía responsable han logrado diálogos concretos que han permitido recuperar manantiales, coberturas vegetales, recursos hídricos y, sobre todo, la calidad de los servicios ecosistémicos y su capacidad de regulación del clima, de depuración del agua y de suministro. Pero no faltan los esfuerzos urbanos, que deben multiplicarse e integrarse.

Es hora de cambiar. Sólo nuestros cambios de actitudes y acciones revertirán el cambio climático local que generamos y sufrimos, y nos encaminarán hacia la sostenibilidad. No podemos perder el guión de la vida; nuestra responsabilidad debe ser activa, informada y esperanzadora.