Si uno no quiere
eso por respuesta, mejor no empezar una entrevista con Juan Luis Arsuaga preguntándole si la crisis del
covid-19 es una especie de advertencia, algo que le recuerda al ser humano cuál
es su sitio.
El paleontólogo español, premio Príncipe de Asturias y uno de los
mayores expertos del mundo en la evolución de nuestra especie,
se alarma ante la expansión cual virus del "pensamiento mágico",
advierte sobre los peligros de sustituir a Dios con la ciencia y llama a
utilizar la razón para solucionar los problemas que plantea la pandemia.
Lo que sigue es un extracto del
diálogo que mantuvo con BBC Mundo el catedrático, también codirector del
yacimiento de Atapuerca y director científico del Museo de la Evolución Humana
de Burgos, desde su confinamiento en Madrid.
Es paleontólogo y, como usted mismo la
define, su profesión consiste en estudiar el pasado, el pasado de la evolución,
la historia de la vida. ¿Cómo encaja esto que estamos viviendo en esa historia?
La vida es
una crisis permanente. Muchas veces se pregunta: "¿Qué es lo que causa la
extinción de las especies?". Pero la pregunta está mal formulada.
La pregunta es:
"¿Qué es lo que hace que las especies no se extingan?", porque todas
las especies están siempre al borde de la extinción.
Unas son más
resilientes que otras, pero un mundo estable, tal y como se concibe la
estabilidad, no es real. El mundo está en permanente inestabilidad.
Esto nos ha pillado en un momento en el que estábamos convencidos
de que podíamos controlar nuestro futuro, tal vez hasta dirigir la evolución,
cambiar su curso. ¿Nos pone en nuestro sitio como especie?
Eso me suena a
curas, a predicadores. Ya solo falta que nos digan que nos lo merecemos, que es
un castigo de la naturaleza.
Toda la
predicación bíblica que está aflorando ahora me parece lo más grave de esta
epidemia. Es la vuelta de los charlatanes, del pensamiento mágico, algo que
pensábamos que de verdad había desaparecido.
"Arrepentíos",
solo les falta decirles. "Es el último aviso".
Nadie había
pensado que se habían acabado las epidemias. Tal es así, que hay una
especialidad médica dedicada a ellas: la epidemiología.
Hay que
utilizar el pensamiento racional para solucionar los problemas.
Me refería a si esto nos ha recordado que somos animales, que nos
pone en nuestro sitio, a la par de otras especies animales.
¡Nos recuerda
que volamos en Ryanair!
Lo que nos ha
pasado es que viajamos en Ryanair, con el señor de la derecha tosiendo y el de
detrás también, hacinados… ¿así cómo no van a extenderse los virus?
Pero la
solución no es un predicador, (que nos advierta que) "es el último aviso,
pecadores". La solución pasa por (preguntarnos) cómo lo hacemos.
¿Cómo hacemos
para que haya un vuelo barato de Madrid a Londres, en el que no viajemos
hacinados y con el que no quememos combustible fósil?
La pregunta es, entonces: ¿a qué renunciamos?Esto nos tiene
que llevar a una solución técnica. Vivimos en un mundo diferente, y nos estamos
viendo con problemas diferentes.
Pero esto no
tiene nada de particular. Vivir es estar permanentemente a punto de morir.
La vida de las
sociedades, de los ecosistemas, de cualquier sistema, en realidad, es un
equilibrio dinámico. Consiste en que le quitas un pilar y no se cae.
La definición
de vida más acertado que yo conozco es uno de Karl Popper: All life is problem solving.
Los minerales no tienen problemas, los muertos tampoco. Es la vida: resolver
problemas.
Usted ha dicho que no hay que pensar en esto como un gran cambio
histórico, que los grandes cambios históricos son el resultado de una
concatenación de crisis. Pero ¿qué pasa si esta es la primera de una serie de
crisis? Depende de la
recurrencia.
Todas las
catástrofes tienen una recurrencia. Así, si construyes un paseo marítimo pegado
al borde del mar, sabes que cada 10 años va a ser destruido por las olas y que
vas a tener que reconstruirlo.
Y luego hay
fenómenos todavía más catastróficos con recurrencias de 100 años o 500 años.
Entonces ¿qué
se puede hacer? Si yo viviera en una zona sísmica, construiría edificios
antisísmicos.
¿Y qué pasa si la concatenación es de crisis de distinta
naturaleza? Como ahora, que a la sanitaria le seguirá la económica… Pues que puede
acabar con una civilización entera. Así pasó con el Imperio romano.
La salud de una
sociedad está en su capacidad de reponerse, de recuperarse de las crisis.
Pasa como con
la salud de un individuo. Tú te puedes morir de una gripe. Tu sistema
inmunitario se pone a prueba cada día del año. Entonces, en función de cuál sea
tu capacidad de superar una crisis, vivirás más o menos.
En el caso del
Imperio romano, se le fue juntando todo. Me refiero al de Occidente, porque hay
que recordar que el Imperio romano de Oriente siguió hasta el siglo XV.
El Imperio
romano de Occidente tenía muchas crisis: económicas, políticas, sociales, de
recursos naturales, climáticas… y, claro, las olas venían demasiado seguidas y
no le daba tiempo de reponerse de una para enfrentar la siguiente.
(También está el ejemplo de cuando)
Irlanda vivía de la patata. Cuando se produjo la crisis del escarabajo de la
patata, murieron cientos de miles de irlandeses de hambre.
Un escarabajo mató a un gran
porcentaje de la población y el resto emigró a América. ¡Un escarabajo que
afectaba a la patata!
Este tipo de crisis se puede producir
y, cuando lo hace, destruye una sociedad por completo. Sería absurdo negar esta
posibilidad.
Ahora ¿qué es lo que tenemos que
hacer? Pues que no haya otra pandemia como esta, porque no podemos confinarnos
todos los años. No hay economía que resista un confinamiento cada año.
En consecuencia, tendremos que
aprender.
Que no haya otra
pandemia no es lo que prevén los epidemiólogos… Bueno, epidemias va a haber, por eso
hay epidemiólogos. Lo mismo que hay bomberos, porque va a haber fuegos.
¿Pero te imaginas que haya ahora en
Londres un incendio como aquel que (en 1666) destruyó la ciudad entera? No ha
vuelto a ocurrir.
Epidemias habrá, pero si son de esta
envergadura y cada tres años, acabarán por completo con nuestro mundo
Usted dice que los
charlatanes han vuelto a la palestra. Pero los científicos también. Quizá no se
les haya escuchado nunca como en estos días. Eso esperemos, pero ahora vamos a ver
si esto es lo de Santa Bárbara y los truenos o no.
Muchos me preguntan "¿y? ¿hemos
aprendido la lección?". Pues lo vamos a ver en seguida.
En España lo vamos a saber en tres
meses, en los próximos Presupuestos Generales del Estado. Si seguimos siendo
igual de rácanos (en la parte destinada a la ciencia, la investigación, la
salud y la educación), pues no, no habremos aprendido.
"Ha llegado la
hora de que la humanidad sea adulta", ha dicho. ¿A qué se refiere?
Es que ya va siendo hora de que sea
adulta y empiece a decidir qué cosas no puede hacer.
Es de nuevo lo del pensamiento
mágico, que tiene una ventaja: papá y mamá se ocupan de todo, aunque a veces
nos castigan, pero es por nuestro bien. Nos mandan una epidemia para que
aprendamos quién manda aquí.
Pero aquí ya no hay papá y mamá. Y
eso sirve para el clima, para la destrucción de los recursos marinos… vale para
todo.
A mí, de todas maneras, lo que me
preocupa es que ha aparecido otro tipo de religión: la religión de la ciencia.
Eso parece una
contradicción. Yo no quiero una religión de las
ciencias, no me interesa, pero cada día lo veo más.
Por ejemplo, en una conferencia digo:
"Tenemos un problema con la energía, porque cada generación consume el
doble o el triple de energía que la anterior. A eso se le llama una progresión
geométrica y nos lleva al abismo".
Entonces siempre hay uno que se
levanta y dice: "No, pero la ciencia lo va a solucionar".
¡Eso es un pensamiento religioso!
Pensar que la ciencia va a sustituir a Dios es pensamiento mágico.
No tenemos ninguna fuente de energía
barata. "El Sol", me dicen. Sí, pero no se puede acumular.
A la ciencia ahora de pronto se le
atribuyen las cualidades de la religión, incluyendo la inmortalidad. Es decir,
vamos a tener energía limpia, de todo, gratis, y además vamos a ser inmortales.
¿Y quién lo va a hacer? "La
ciencia". Eso es pensamiento mágico.
Lo que la ciencia dice, en realidad,
es: "Si no quieres tener cáncer de pulmón, no fumes". No te dice:
"Tú fuma, que yo ya voy a encontrar la forma de evitar el cáncer de
pulmón" o "tú come muchas grasas, que yo te voy a solucionar el problema
de la arterioesclerosis".
No, te dice: "No comas grasas y
no fumes, porque te vas a enfermar".
La verdadera ciencia te pone frente a
tus limitaciones y hay que renunciar.
¿Pero quién decide
a qué se renuncia y quién lo tiene que hacer? Por ejemplo, en Madrid, dentro de
toda esta tragedia, ha surgido una discusión interesante.
Para poder reabrir las cafeterías,
hay que distanciar a la gente. "Para eso necesitamos toda la acera",
dicen los dueños. "Como vamos a tener menos clientes, necesitamos más
espacio".
"Un momento ¿nos van a quitar
toda la acera? La acera es nuestra", dicen los vecinos.
Consecuencia: habrá que organizarlo.
No todo el mundo puede tener lo que quiere. Es decir, no van a poder ocupar
toda la acera, pero tienen el derecho a recuperarse económicamente.
Es un ejemplo, pero se llama
armonización social y lo hace la política, en el sentido más noble de la
palabra. Y ahora hay mucho espacio para la política.
Tú dices que es la hora de la ciencia
y yo digo que lo es de la política.
La política tiene que ordenar y
organizar los múltiples intereses en conflicto, no la ciencia. La ciencia no
debe decir cómo se tienen que organizar las residencias de ancianos.
Ahora tendrá que ver la sociedad, a
través de sus representantes, cómo lo organiza todo y cómo hace compatibles el
turismo, la economía, los viajes, los derechos de las personas.
Sobre el impacto de
la pandemia en la historia, otros expertos coinciden en que más que remodelarla,
la acelerará. ¿Qué opina usted de esto?
Me parece de lo más inteligente.
Esta pandemia es hija de esta
sociedad. No se habría podido dar en otra época. Es impensable fuera de nuestra
sociedad, nuestro mundo, pertenece a él.
Pero habría que preguntar por
ejemplos. No hay teoría que resista los ejemplos.
Lo que va a desaparecer es algo que
ya estaba desapareciendo. Habría acelerado la desaparición de algo que ya
estaba ocurriendo.
Por lo tanto, podría pasar con el
cine, pero no con el turismo. No es que los viajes estuvieran en decadencia y
que esto sea la puntilla.
Hablar de futuro
con un paleontólogo parece una paradoja… Para nada. La gente me suele
preguntar cómo va a ser el futuro, pero es que yo sé cómo va a ser. Soy el único
profeta de verdad (ríe).
Viviremos todos en ciudades de 14
millones de habitantes, prácticamente toda la humanidad. Hay una tendencia
hacia la globalización y la vida en grandes conurbaciones.
¿Cómo será la vida en México dentro
de 150 años? Pues toda la gente vivirá en Ciudad de México.
A día de hoy, de los 56 millones de
habitantes que tiene Inglaterra, unos 9 millones viven el gran Londres, la zona
conurbada. Casi el 20%, se dice pronto. Ese es el futuro.
Pero ¿por qué será posible que casi
toda Inglaterra viva en Londres? Por las conexiones.
Eso va a ser el mundo: grandes
núcleos urbanos, muy bien comunicados entre sí. Esto es, un escenario perfecto
para el coronavirus.
Y no van a ser las enfermedades como
esta el único problema. Va a haber problemas de contaminación ambiental, de
energía, de seguridad, de desequilibrios… Pero es lo que hay.
Y ahí, te puedes
imaginar dos futuros posibles: uno tipo Blade Runner, una
cosa horrible, o uno maravilloso, con zonas verdes, jardines, sin
contaminación, gente en transporte público…
Puedes imaginar un Londres horrible o
uno delicioso. Yo creo que deberíamos apostar por el delicioso.
Veo que es usted un
optimista. Es que el pesimista no hace nada. Es
un egoísta que se justifica. Un egoísta que utiliza el pesimismo como coartada
para no hacer nada. El optimista es el que
cambia las cosas. El pesimista no cambia nada. El predicador tampoco
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