Las inundaciones siguen siendo uno de los peligros naturales más destructivos en Europa. Cuando ocurren, se cobran vidas, hogares y medios de subsistencia. Pero, ¿cuánto de esta devastación es impulsada por el cambio climático y cuánto por las decisiones humanas? Un estudio pionero que analiza 1.729 eventos de inundación entre 1950 y 2020, responsables del 83% al 96% de todos los impactos, proporciona una respuesta definitiva: la acción humana no el clima ha sido el principal regulador de la magnitud de los daños. La investigación revela que, si bien la exposición se ha disparado debido al crecimiento poblacional y económico (aumentando las pérdidas potenciales en un 270%), este efecto ha sido contrarrestado abrumadoramente por una reducción drástica de la vulnerabilidad (una disminución del 63% en las pérdidas económicas) lograda mediante mejoras sustanciales en la gestión del riesgo. Estas mejoras, que incluyen sistemas de alerta temprana, defensas estructurales, mejor preparación y reestructuración económica, han evitado colectivamente que los impactos sean mucho peores. Los cambios climáticos observados a largo plazo, aunque relevantes e inequívocos, desempeñaron un papel secundario a escala continental, aumentando los impactos totales en sólo un 8%. Geográficamente, el clima exacerbó las inundaciones en el noroeste de Europa, pero las redujo en el sur, mientras que los avances en protección y vulnerabilidad fueron más pronunciados en las regiones occidental y meridional. En conclusión, el estudio atribuye la disminución de cinco veces en las fatalidades relacionadas con inundaciones desde la década de 1950 principalmente a las decisiones humanas sobre adaptación e inversión en resiliencia, subrayando que, sin estas medidas, los impactos habrían sido sustancialmente peores. Este hallazgo resalta la importancia crítica de continuar e intensificar estos esfuerzos de adaptación para contrarrestar el aumento anticipado de eventos extremos en el futuro.
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