sábado, 11 de julio de 2009

EL CAMBIO CLIMÁTICO REFLEXIONES DESDE NUESTRO PLANETA


En un inicio es conveniente recordar la afirmación del Padre Manuel Carreira, insigne astrofísico jesuita: “Ni es todo provisional y discutible, ni es tampoco completa nuestra ciencia en campo alguno. Y es enormemente importante establecer con claridad lo que se puede reconocer como cierto y distinguir de las frecuentes estridencias de los titulares…”.
Ante todo hablar de cambio climático significa precisar las escalas temporales y espaciales. En sí es un fenómeno dinámico caracterizado por olas de enfriamiento y olas de calentamiento cuya contemporaneidad es la de la Tierra. Los episodios creados son estudiados por numerosos investigadores. Es así que Flannery2 los considera como ‘las puertas’ del tiempo, “momentos en que una era –y a menudo un clima– da paso a la siguiente”. El conjunto de estas informaciones ha sido revisado por numerosos científicos (Berger, 1992; Mitchell, 1976; Rasmusson, 1990; Gates, 1981; y otros) y provienen de diferentes fuentes:
• Los datos meteorológicos y oceanográficos que cubren menos de dos siglos.
• Los archivos históricos que cubren los últimos milenios (Le Roy Ladurie, 1983).
• Los archivos naturales que nos ofrecen la memoria milenaria de los glaciares, de las rocas sedimentarias, de los sedimentos oceanográficos, lacustres y fluviales, de las lavas, de los anillos de los árboles (dendroclimatología) y de los pólenes, de los arrecifes coralíferos y de los fósiles.
Esta información nos permite diferenciar:
a) Las variaciones naturales del clima, cuya escala temporal abarca siglos y milenios y cuyos elementos desencadenadores se originan en los espacios cósmico y planetario (el ciclo solar y las manchas solares, el modelo de Milankovitch, la relación entre las variaciones de radiación solar entrante y los ciclos de periodo glaciar; la deriva continental, los campos magnéticos y oscilaciones polares, las erupciones volcánicas, las corrientes atmosféricas y oceánicas…).
b) Las variaciones del clima inducidas por las actividades humanas, que se expresan a escala local, regional y mundial (lluvias ácidas, emisiones de gases de efecto invernadero generados por los parques automotores, la industrialización y la deforestación, degradación de la capacidad que tienen los ecosistemas para prestar sus servicios, en particular los servicios de base y efectos directos sobre la calidad de vida de las poblaciones3.
Estas dos dinámicas se conjugan entre ellas y crean un escenario complejo, difícil de descodificar, lo que suscita a menudo una cierta confusión. Ante las variaciones naturales del clima debe reconocerse que queda mucho por hacer, y a pesar de los avances actuales de la ciencia, existe una escasa producción de conocimientos, fruto de una financiación insuficiente para la investigación de base. Asimismo, no se precisa claramente que las variaciones naturales del clima impactan en las sociedades y que estas no tienen ninguna responsabilidad en ellas. En nuestra historia cercana es de gran interés observar cómo las sociedades supieron valorar o sufrir los periodos de calentamiento y de enfriamiento.

En la Edad Media, en el llamado Período Cálido Medieval (700 a 1300), el cultivo de los frutales mediterráneos y de la vid, aprovechando las bondades del clima, llegaban hasta la Inglaterra meridional. Sin embargo, después de décadas de decrecimiento de las temperaturas, se entró hacia el año 1350 en la llamada Pequeña Edad de Hielo. Esto significó cambios socioeconómicos importantes, adaptaciones de las poblaciones rurales e introducción de nuevos cultivos. También la adaptación de las poblaciones urbanas al frío creciente (los incendios provocados por la calefacción mediante quema de carbón, obligó al Rey Eduardo I de Inglaterra a prohibir por decreto, en 1273, esta práctica en la ciudad de Londres; se amenazó con ahorcar al que violara esta norma).
El escenario es muy distinto en el caso de las variaciones del clima inducidas por las actividades humanas, consecuencia directa de nuestras decisiones. Debemos conocer ante todo los procesos que generan, cómo se desencadenan y sus implicancias a nivel de nuestro macroecosistema “Tierra”. Solamente así podremos revertirlas a nivel local (desde el hogar, la comunidad, el barrio, el campo, el bosque, el glaciar, la cocha, el río, el mar), a nivel regional y mundial.
Junto con la desinformación que facilita la confusión entre escalas espaciales y temporales, la falta de clarificación conceptual y el mal uso del lenguaje a nivel mediático favorecen la generación de mitos y temores. Es así que podemos leer o escuchar afirmaciones como “el clima nos amenaza”, “el cambio climático amenaza la seguridad internacional” o “el calentamiento global está secando lagos montañosos y tierras húmedas y amenaza a grandes ciudades de América del Sur”. Si observamos los procesos locales de cambio climático, una parte importante de ellos son generados por la deforestación, la cual genera una pérdida de biodiversidad y una disminución importante de los manantiales. A su vez, esos procesos significan impactos severos en el ciclo hidrológico (menos evaporación y evapotranspiración, más torrencialidad, menos infiltración), lo que se traduce en deslizamientos, aluviones e inundaciones.
Los impactos devastadores del cultivo masivo de la coca y de la minería informal perturban fuertemente el ciclo hidrológico, desertifican y acentúan los cambios climáticos locales. La ciudad –gran dependiente de su soporte ecológico– es la que perturba más severamente los ecosistemas de los cuales vive. A partir de las emisiones de su parque automotor y de sus industrias, de la pérdida de las áreas verdes y el continuo sembrío de asfalto y de materiales de construcción donde predominan el concreto, el vidrio y el metal, la ciudad favorece un cambio climático local entre su centro y el hinterland rural que puede alcanzar varios grados Celsius.
Nuestro país está sembrado de experiencias positivas en las que comunidades campesinas y una ciudadanía responsable han logrado diálogos concretos que han permitido recuperar manantiales, coberturas vegetales, recursos hídricos y, sobre todo, la calidad de los servicios ecosistémicos y su capacidad de regulación del clima, de depuración del agua y de suministro. Pero no faltan los esfuerzos urbanos, que deben multiplicarse e integrarse.

Es hora de cambiar. Sólo nuestros cambios de actitudes y acciones revertirán el cambio climático local que generamos y sufrimos, y nos encaminarán hacia la sostenibilidad. No podemos perder el guión de la vida; nuestra responsabilidad debe ser activa, informada y esperanzadora.

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